domingo, 6 de marzo de 2016

Estadios del desarrollo cognitivo según Piaget

Mapa conceptual elaborado por la estudiante Carmen Aravalés, del Profesorado de Educación Primaria (ISFD 112 - San Miguel - Pcia de Buenos Aires).

Fuente bibliográfica: Piaget, J. e Inhelder, B. Psicología del Niño (1969).



martes, 4 de diciembre de 2012

Para optimizar el aprendizaje... una dieta cerebral







MENS SANA IN CORPORE SANO

 

Viviana Taylor

 

¡Ay, qué sabio Juvenal! Lo que ya sabía el poeta latino allá por el primer siglo de nuestra era, hoy lo confirma la ciencia… Porque resulta que está demostrado que el ejercicio físico, el sueño y la buena alimentación potencian la función cerebral, mejoran el estado de ánimo y favorecen el aprendizaje.




La actividad física diaria, al incrementar la capacidad de los glóbulos para absorber oxígeno, mejora no sólo las funciones muscular, pulmonar y cardíaca, sino también la función cerebral. Además, tiene un efecto positivo sobre las sustancias químicas del cerebro que alteran el estado de ánimo. De hecho, en algunas personas puede por sí solo actuar como antidepresivo.


Respecto del sueño, comenzaré por destacar que el ciclo sueño-vigilia es una parte importante del sistema de patrones corporales diarios, que reciben el nombre de ritmos circadianos, expresión que viene del latín y significa “ciclo diario”.
Nuestros ritmos circadianos rigen muchas funciones corporales, como la temperatura corporal, la presión sanguínea y los niveles hormonales en la sangre. Y también la capacidad para estar alerta, pensar con claridad y utilizar las facultades de movimiento de manera óptima. Por esta razón la capacidad física y de alerta mental varía en función de la hora del día.

La luz diurna es un importante regulador de estos ritmos.

En el caso de las personas con desfase horario por causa de viajes a través de varios husos horarios (lo que suele denominarse jet lag) el reloj se confunde y para resolver la confusión intenta poner a cero al resto del cuerpo enviando señales químicas -como el cortisol que es la hormona del estrés, y la melatonina que es la hormona del sueño-. De continuarse, esta confusión puede tener consecuencias a largo plazo en el cerebro y en la capacidad cognitiva. Por ejemplo, se han encontrado numerosas evidencias de que el volumen de ciertas partes de la corteza temporal y del hipocampo –regiones cerebrales relacionadas con el aprendizaje y la memoria- es menor en personas que sufren persistentemente de desfase horario, como en el caso de las azafatas que cubren trayectos largos con una periodicidad igual o menor a cinco días.


Dado que la luz diurna es un factor decisivo en la producción de melatonina, una forma de ayudar al reloj en su puesta a punto es la exposición a la luz solar, lo que originará un aumento en la calidad y el tiempo total de sueño y acelerará el cambio en los ritmos circadianos de la melatonina para que se acomode al nuevo entorno. Esta estrategia también puede ser útil para las personas a las que por otras razones –como por ejemplo el estrés o incluso la edad- se les haya perturbado el patrón horario del ciclo sueño-vigilia. Después de todo, parece que nuestros padres tenían razón cuando llevaban la silla de la abuela al patio para que tomara un poco de sol.


En sí mismo, el sueño es un estado de la conciencia en el que el cerebro se comporta de manera espectacularmente distinta a como lo hace en el estado de vigilia.
Durante el sueño se pueden constatar dos tipos principales de estado cerebral. En el sueño de movimientos rápidos de los ojos (REM como ha sido más difundido según sus siglas en inglés, o MOR en castellano) el cerebro está muy activo y todos los músculos corporales –con excepción de los oculares- están paralizados. Es cuando soñamos más. El cerebro, aunque profundamente dormido, todavía es capaz de asimilar información, sobre todo aquella de especial importancia para el que duerme. Por ejemplo, quizás no reaccionemos a una charla a nuestro lado, o al ruido del tráfico si nos hemos dormido en el colectivo, pero sí lo haremos si alguien susurra nuestro nombre o si nuestro bebé llora. El otro tipo de estado cerebral se conoce como sueño de ondas lentas. En este, los impulsos generados por el cerebro son lentos e infrecuentes. Incluso puede suceder que hablemos o caminemos dormidos ya que los músculos no están paralizados.

Al parecer, el sueño influye directamente en la forma como adquirimos y mantenemos las destrezas nuevas y en cómo recordamos información, así como en nuestra capacidad para pensar creativamente. Puede inspirar nuevas percepciones, e incluso facilitar la comprensión de una tarea recién aprendida.


¿Cómo es esto posible?
Ya había señalado antes que el cerebro sigue activo durante el sueño. Esta actividad corresponde a la formación de memorias sobre experiencias e información recibidas durante el día, ya que las regiones cerebrales implicadas en el aprendizaje del día anterior se reactivan durante el sueño. Esta actividad, que como ya quedara señalado se registrada en el estadio REM, probablemente refleja el refuerzo del aprendizaje asimilado durante el día. De hecho, en varias experiencias se observó que el desempeño de los participantes en una tarea recientemente aprendida mejoraba al día siguiente, tras haber dormido; e incluso una breve siesta inmediatamente después de aprender una tarea mejoraba el rendimiento posterior en la misma. Y, cuanto más larga era la siesta, mejor resultaba el rendimiento posterior.
Por eso es probable que las reactivaciones cerebrales durante el sueño reflejen el refuerzo de las conexiones entre neuronas que son importantes para las tareas aprendidas. De este modo, permiten que la nueva destreza se incorpore a la memoria de largo plazo.

Consecuentemente, la falta de sueño tiene un efecto perjudicial para el aprendizaje. Los efectos recurrentes son:

v  Cuando alteramos el patrón de sueño-vigilia: distracción, somnolencia, irritabilidad, disminución de la capacidad de alerta.

v  Una noche sin dormir: dificulta el pensamiento innovador, la capacidad de tomar decisiones, y la actualización de planes. El pensamiento se vuelve rígido, lo que hace que, por ejemplo, en la resolución de una tarea se insista en repetir la misma estrategia que ha demostrado ser inapropiada.

v  Varias noches de insomnio: afectan gravemente la concentración y el aprendizaje.
 
Visto y considerando lo antecedente, ¿cuánto deberíamos dormir?
     En promedio, deberíamos dormir no menos siete horas y media. Y los niños y adolescentes, bastante más. Es evidente que la mayoría de los adultos dormimos bastante menos de lo que necesitamos. No es para pasarlo por alto: dormir más por la noche, además de incrementar los niveles de energía para el día siguiente, mejora el aprendizaje, la toma de decisiones y la capacidad de innovación. Y evita la aparición de esas feas bolsas bajo los ojos que nos hacen lucir mayores y cansados. No parece poco.





¿No podríamos buscar otras ayudas, más fáciles de implementar que el ejercicio y el sueño, para mejorar el aprendizaje?


Bueno… hay drogas y fármacos que parecen potenciar la memoria indirectamente. Y otras sustancias y estimulantes, como la cafeína, el alcohol, la nicotina y la glucosa, parecen facilitar o debilitar el aprendizaje. Sin embargo, es muy difícil separar los verdaderos efectos de las llamadas drogas inteligentes y los efectos placebo (1). Justamente, diversos estudios mostraron los mismos efectos inequívocos y muy similares en el cerebro y la conducta, tanto de las drogas como de los placebos. Al parecer, es sobre todo la simple creencia en que el fármaco ayudará lo que afecta a las partes del cerebro que procesan la función estudiada. En el caso del placebo, es posible que su efecto terapéutico se deba a la movilización de energía adicional, algo así como si dispusiéramos de un depósito de reserva energético. De ser así, quedaría explicado por qué el efecto sólo se verifica durante un período de tiempo limitado. Y hasta quizás haya algún costo, como un provisorio efecto contradictorio posterior –a modo de un efecto rebote- hasta que se restablezca el equilibrio.


Sobre lo que todavía no tenemos suficientes conocimientos es sobre las ventajas, la complejidad de los mecanismos que desencadenan, ni los efectos secundarios de los remedios –se trate de simples hierbas o de drogas inteligentes- como para recomendarlos como ayuda al aprendizaje. Lo que sí está demostrado es que muy posiblemente algunos tipos de estilos pedagógicos tengan los mismos efectos que tomar una sustancia o un placebo, en lo que se refiere a los sistemas químicos del cerebro. Y sin contraindicaciones ni efectos rebote. Nada como un buen maestro ofreciendo una buena enseñanza.

Lo que sí podemos asegurar es que -para funcionar- el cerebro sí requiere de algunas cosas. Por un lado, es precisa una fuente continua de oxígeno. Por eso volvemos a la recomendación de la actividad física -como correr, caminar enérgicamente, bailar, nadar, o cualquier otro tipo de ejercicio aeróbico- ya que mejora la circulación del oxígeno y, consecuentemente, su llegada al cerebro. También requiere agua y glucosa. Si prestamos atención a que el cerebro es agua en más de un 80%, es fácil deducir que la deshidratación puede dañarlo gravemente, con consecuencias evidentes sobre el aprendizaje El simple aumento de la cantidad de agua que bebemos al día puede favorecer la concentración y la memoria… hasta cierto punto.

Además, el cerebro obtiene casi toda su energía de la glucosa, que al igual que el oxígeno es transportada por el torrente sanguíneo. Por eso no sólo comer sano, sino además con regularidad, también es importante para que el cerebro funcione óptimamente.


¿Con qué alimentos podríamos armar una dieta cerebral?

En primer lugar, no deberían faltar el pescado ni otros alimentos ricos en proteínas, ya que contienen dos aminoácidos -el triptófano y la L-fenilalanina- que ayudan a incrementar las reservas energéticas y a estimular la producción de serotonina(2) y noradrenalina(3) en el cerebro, sustancias que desempeñan un papel fundamental en la generación de sensaciones de felicidad.
El triptófano también lo encontramos en los huevos, la leche, la banana, los productos lácteos y las semillas de girasol. ¡Por fin una “golosina” que les gusta a los chicos y les hace bien! ¡A comprarles Pipas(4) para el recreo!
La tirosina(5), que origina sensaciones de vitalidad y empuje, se encuentra en el tofu y las verduras. Y la endorfina(6), otra sustancia química feliz, en el pavo, el pollo, las carnes rojas magras, los huevos y el queso.

Los ácidos grasos de cadena larga, los muy promocionados y prestigiosos omega-3 y omega-6 –seguramente habrá visto cómo los alimentos que los contienen se esfuerzan por hacerlo notar en sus envases- son de crucial importancia para el desarrollo y la función normales del cerebro. No sólo porque constituyen aproximadamente el 30% y son los componentes básicos de las membranas celulares, sino porque los requieren las sinapsis cerebrales para poder ser eficientes. Estos nutrientes también son esenciales para el funcionamiento de los ojos. Y como sólo se pueden obtener de la dieta, es importante incluir en ella los alimentos que los contienen, especialmente algunos pescados como el salmón, el arenque y el atún. Sus efectos positivos son múltiples: mejoran el estado de ánimo y las capacidades cognitivas, estabilizan el estado de ánimo y son antidepresivos eficaces. La próxima vez que vaya al supermercado, preste atención a los envases: busque menos grasas trans, y más omega-3 y 6.


Además de estas, hay muchas otras sustancias beneficiosas para la capacidad mental y el aprendizaje. Lo bueno es que todas están presentes en los alimentos de manera natural, y nada indica que haga falta ningún suplemento alimenticio si la dieta es equilibrada. Pero, si la nutrición es inadecuada, sobran las evidencias sobre las consecuencias negativas que pueden producirse.

Aunque la recomendación, a esta altura, parece sobrar, insistiré: una dieta sana favorece el aprendizaje, y una deficiente lo perturba.

Dicho esto, no puedo evitar pensar en las cantinas y kioscos de las escuelas: ¿qué alternativas de alimentación les estamos ofreciendo a nuestros alumnos? Este es un tema que deberíamos abordar seriamente, en el interior de cada escuela. Sobre todo si tenemos en cuenta que desde nuestro discurso pedagógico solemos sostener que todos los ámbitos escolares deben ser educativos. ¿La promoción de los hábitos alimentarios que facilitamos lo tiene en cuenta?
 

Es más: abramos la mirada a todo el sistema. Si acordamos con la idea de que una dieta equilibrada, con todos los nutrientes necesarios para el desarrollo cerebral, es una variable crítica a considerar cuando se trata de favorecer el aprendizaje y luchar contra el fracaso escolar, ¿cómo asegurar que estos nutrientes sean accesibles a todos los niños? El pescado, el pollo, las carnes rojas de cortes magros, toda la variedad de frutas y verduras, los lácteos en general y los huevos son alimentos caros, excluidos de la dieta de muchas familias. Oportunidades de desarrollo y aprendizaje robadas que probablemente no se recuperen.


Pero además, si el lóbulo frontral (esa gran región situada en la parte delantera del cerebro, responsable de los procesos cognitivos de alto nivel como la planificación, la integración de información, el control de emociones, la inhibición de impulsos y la toma de decisiones) completa su desarrollo tan tardíamente como recientemente se ha descubierto, ¿no es claramente necesario extender los beneficios de esta dieta cerebral a los adolescentes y los jóvenes?

Imaginemos una sociedad donde esto no se hiciera: seguramente los adolescentes se convertirían en jóvenes y adultos con poca capacidad de planificación y proyección (por ejemplo, de un proyecto de vida y de las estrategias para lograrlo), con poco control sobre sus emociones y la inhibición de sus impulsos (y por lo tanto fácilmente irritables y agresivos, con tendencia a la solución violenta de los conflictos, lo que sumado a lo anterior llevaría a una falta de consideración de las consecuencias posibles de los propios actos). Sería muy terrible vivir en una sociedad así, ¿no?

Y más aún: hoy también sabemos que el cerebro continuará desarrollándose a lo largo de toda la vida. Incluso en algunas zonas, como en el hipocampo, podrán incrementarse no sólo las sinapsis, sino las neuronas mismas. En poblaciones cada vez más envejecidas, como la nuestra, ¿la buena alimentación de los mayores no debería ser también una prioridad política? Después de todo, no se trata de una pequeña proporción entre muchos otros. ¿Que el problema es que garantizarla es caro? No sé… si todos los argumentos pasan por una cuestión económica, pienso en cuánto se podrían incrementar las ganancias de las empresas al mejorar la productividad y la iniciativa, y bajar los niveles de astenia y morbilidad… Y, sobre todo, al abuelo no le fallaría tanto la memoria: se acordaría de bañarse diariamente y usar ropa limpia, de dónde guardó ya no sé qué última cosa que perdió y tampoco recuerda pero busca, y no repetiría por tercera vez en el día –y décima en la semana- la misma anécdota de cuando era niño y ya había visto nevar en Buenos Aires. Quizás eso que llamamos despectivamente “cosa de viejos” sea en gran parte “cosa de mal alimentados”.

¿En serio cree que sería un proyecto políticamente caro? Yo creo que es prioritario poner en marcha una política alimentaria. Es un debate que, como sociedad, nos debemos.

¡Ah, y no nos olvidemos! Insisto en el hecho de que estos alimentos, además, contribuyen a que nos sintamos mejor, menos deprimidos y más felices, con un mejor control sobre nuestras emociones y un estado de ánimo más estable. Y eso, más allá de ser mejor que bueno en sí mismo, también es bueno para el aprendizaje.

 

Viviana Taylor

 

El presente artículo es un fragmento de “Qué más sabemos sobre elaprendizaje”

 
Referencias:
 

1.    Un placebo es un fármaco falso, que no contiene agente químicos. A menudo es una pastilla de azúcar o solución fisiológica.

2.    La serotonina, en el cerebro, actúa como un neurotransmisor y desempeña una función importante en el control de la depresión y los trastornos de ansiedad.

3.    La noradrenalina – o norepinefrina- es una sustancia química importante para el control de la atención y la impulsividad. También actúa como hormona cuando es liberada por las glándulas suprarrenales, en especial como respuesta al estrés.

4.    Pipas es uno de los nombres comerciales con que se venden las semillas de girasol peladas, en bolsitas de aluminio de colores, semejantes a las de los snacks y las golosinas. Son bastante populares entre los chicos.

5.    La tirosina, un aminoácido, es un componente básico de varias sustancias químicas importantes para el cerebro, entre ellas la dopamina -cuya función consiste en regular los estados de ánimo- y la noradrenalina.

6.    La endorfina es una sustancia química que libera naturalmente el cerebro en respuesta al dolor, para reducirlo. En grandes cantidades genera una sensación de relajación y de plenitud de energía.

 

domingo, 18 de noviembre de 2012

jueves, 26 de julio de 2012

Diez destrezas del Educador 3.0






Por Mariano Narodowski







El pasado mes de noviembre publiqué el artículo La Web y los Educadores 3.0 con el fin de compartir un cuadro claro de las nuevas prácticas pedagógicas que se llevarán a cabo en diversos escenarios formales e informales. Hoy deseo mostrar algunas de las destrezas necesarias para alcanzar los niveles de la Educación 3.0. Todas estas ideas que expongo tienen su origen en el conocimiento que muchos colegas educadores y profesionales de otras áreas comparten a diario en sus redes. También pueden apreciarse en diversos eventos tecno-educativos que se realizan a diario en las redes.

Para seguir leyendo: Edumorfosis: Diez destrezas del Educador 3.0

miércoles, 16 de mayo de 2012

Aunque no lo crea, vamos mejorando

Acerca de la relación entre el razonamiento abstracto y la moralidad de los actos




Por Peter Singer EXPERTO EN BIOETICA, UNIVERSIDAD DE PRINCETON




Como los titulares diarios se centran en la guerra, el terrorismo y los abusos de gobiernos represivos y en dirigentes religiosos que se lamentan de la decadencia de las normas de comportamiento público y privado, resulta fácil tener la impresión de que estamos presenciando un desplome moral, pero creo que tenemos motivos para ser optimistas sobre el futuro.
Un reciente libro de Steven Pinker ( The Better Angels of Our Nature , aún no traducido al castellano) respalda con fuerza esa opinión. Pinker, profesor de Psicología en la Universidad de Harvard, parte de investigaciones recientes de historia, psicología, economía y sociología para sostener que nuestra época es menos violenta, menos cruel y más pacífica que ningún período anterior de la existencia humana.
La disminución de la violencia es aplicable a las familias, a los barrios, a las tribus y a los Estados. Los seres humanos que viven hoy tienen menos probabilidades de padecer una muerte violenta o sufrir violencia o crueldad a manos de otros, que sus predecesores de cualquier siglo.
Muchos pondrán en duda esta afirmación. Algunos tienen una opinión halagüeña de las vidas más sencillas y supuestamente más plácidas de los cazadores-recolectores tribales en comparación con la nuestra, pero el examen de los esqueletos encontrados en emplazamientos arqueológicos indica que nada menos que el 15 por ciento de los seres humanos prehistóricos padecieron una muerte violenta a manos de otra persona.
(En la primera mitad del Siglo XX, las dos guerras mundiales causaron una tasa de muerte en Europa de no más del tres por ciento.) Pinker opina que la razón es un factor decisivo en las tendencias que describe. Cita el “efecto Flynn”: el notable descubrimiento del filósofo James Flynn que señala que desde que se hicieron las primeras pruebas de cociente intelectual los resultados han aumentado considerablemente . Y en eso ha tenido que ver el razonamiento abstracto.
Una teoría es la de que hemos mejorado en las pruebas de cociente intelectual porque vivimos en un medio con mayor abundancia de símbolos . El propio Flynn cree que la difusión del modo de razonamiento científico ha desempeñado un papel.
Pinker sostiene que una mayor capacidad para razonar nos capacita para distanciarnos de nuestra experiencia inmediata y de nuestra perspectiva personal o limitada y formular nuestras ideas en términos más abstractos y universales, lo que, a su vez, propicia mejores compromisos morales, incluido el evitar la violencia.
Así, pues, hay razones para creer que nuestras mejoradas capacidades de razonamiento nos han permitido reducir la influencia de los elementos más impulsivos de nuestra naturaleza que propician la violencia. Tal vez a eso se deba la importante reducción de muertes infligidas por la guerra desde 1945 y que se ha intensificado aún más a lo largo de los veinte últimos años. En ese caso, no se podría negar que seguimos afrontando problemas graves, incluida, naturalmente, la amenaza del catastrófico cambio climático , pero, aun así, habría razón para abrigar la esperanza de un progreso moral.


Copyright Project Syndicate, 2012.

jueves, 12 de abril de 2012

De la “psicocirugía” a la “neurocultura”

Por Antonio M. Battro *





El autor, criticando “pseudoteorías en neurociencia”, advierte que “no existen ‘sedes’, no existe un ‘órgano cerebral’ para la moral o para las matemáticas o para las emociones”: aclarado esto, desarrolla la perspectiva de la “neurocultura” para examinar cuestiones que van desde cuáles son los mejores horarios para enseñar a adolescentes hasta cuál es el mejor momento para aprender idiomas, e, incluso, por qué el cerebro es “una pésima máquina”.



En el siglo XIX, la fascinación por los estudios anatómicos y fisiológicos del cerebro humano llevó a la búsqueda desordenada de las más variadas y disparatadas “localizaciones” cerebrales, culminando en esa pseudociencia llamada “frenología” y, aún peor, en la mala praxis médica denominada “psicocirugía”, que generó el auge de las lobotomías como tratamiento de algunas patologías mentales, con resultados desastrosos. En la actualidad, no son pocos los críticos que ven en la proliferación de los estudios sobre neuroimágenes una vuelta solapada a esa frenología; de hecho, muchos de ellos, implícitamente, recurren a un marco teórico que se creía superado: al declamar que se ha descubierto la “sede” de tal o cual función, el “centro” de una determinada habilidad o cosas semejantes, se distorsiona la realidad y se crean falsas expectativas en un público no advertido.
Una neurocultura bien entendida y una neuroeducación sana deben rechazar la imagen –frecuente en las películas de serie B– del cerebro aislado y pensante flotando en un contenedor de vidrio del laboratorio de un científico loco. La experimentación neurocientífica no avanza por esos andariveles y no presupone una visión “frenológica” del ser humano. Debe quedar claro que no existe un “órgano cerebral” para la moral o la ética, otro para las matemáticas o la música u otro más para el afecto o las emociones. Por el contrario, las investigaciones actuales desmienten la existencia de una correspondencia estable entre una estructura neural localizada y una función cognitiva determinada. Más bien se trata de redes neuronales muy complejas, donde las conexiones intracerebrales establecen circuitos distribuidos por toda la corteza, el cerebelo, los ganglios basales, el tronco encéfalico, etcétera. Por otra parte, la plasticidad neuronal crea continuamente nuevos caminos y conexiones, y la corteza cerebral “recicla” circuitos neuronales antiguos para procesar objetos culturales como la escritura, el dibujo o la música.

 

El búho adolescente

La escuela tiene una agenda anual rígida, con días de clase, feriados y vacaciones. El tema que ocupa al neuroeducador es cómo conciliar este cronograma con la cronobiología de cada alumno y docente. De ello trata la cronoeducación, que se propone investigar los ritmos propios de sueño y vigilia a los efectos de mejorar la calidad del aprendizaje y de la enseñanza. Recientemente se llevó a cabo una revisión actualizada de los ritmos biológicos y la educación, en un seminario dictado en el Centro Ettore Majorana para la Cultura Científica de Erice.
Por otra parte, debido a los grandes cambios tecnológicos y económicos, se tiende hacia una sociedad que está despierta las 24 horas. Este es un cambio mundial de enorme trascendencia, que se superpone a una adaptación orgánica de millones de años al ciclo diario de luz y oscuridad del planeta. Nuestro cerebro sufre las consecuencias de la pérdida sistemática de horas de sueño en la población, especialmente urbana. Se calcula una pérdida de unas dos horas en los últimos 100 años, una pérdida enorme, puesto que un adulto librado a un sueño sin interferencias duerme unas 8,25 horas. Los horarios escolares no siempre atienden a estas necesidades de sueño, lo cual provoca situaciones que van en contra de un sano aprendizaje.
Otro punto es la tendencia gradual, en la adolescencia, hacia un horario para dormir más tardío. En vacaciones o en los fines de semana, es común a esa edad ir a dormir a las tres de la mañana y levantarse después del mediodía. El reloj interno se adapta rápidamente a este nuevo ciclo, pero no tanto a la inversa: cuando el adolescente vuelve a clase y debe levantarse temprano, ya no logra hacerlo con facilidad. Llega a la escuela fatigado y somnoliento, con pocos deseos de encarar un estudio exigente. Esta actitud ha llegado a ser tan común que se la admite como un hecho cultural, cuando en realidad es el producto de un retardo de fase circadiano de origen neurobiológico, que se puede modificar. Una recomendación pedagógica sería no encarar los estudios más difíciles en las primeras horas de clase, sino llevarlos hacia el mediodía; y, por otra parte, no hacer que el horario escolar comience demasiado temprano para los adolescentes. El adolescente típico tiende a convertirse en un “búho” más que en una “alondra” en lo que se refiere a sus hábitos de sueño y vigilia. Debemos aprender, además, a respetar cuáles son los momentos del día preferidos por los alumnos para un desempeño óptimo. En el mundo del deporte, esto es sencillo; basta con preguntarle a un tenista, por ejemplo, a qué hora preferiría jugar un partido. En las ciencias y en las artes, el tema es más complejo, pero hay datos de que el desempeño cognitivo es mejor en los horarios que los propios interesados consideran óptimos.
Los estudios cronobiológicos han probado que el sueño juega un papel esencial en la consolidación de la memoria. En definitiva, se trata de ir generando en la cultura escolar una mayor conciencia de la importancia de la calidad del sueño, de la relevancia de los cronotipos de alumnos (“búhos/alondras”) y de la necesidad de respetar los momentos óptimos para mejorar la capacidad de aprendizaje. Lo mismo se puede decir desde la perspectiva del que enseña: es un tema aún poco explorado sobre el desempeño docente.

 

Esa pésima máquina

El cerebro no es una computadora en el sentido habitual del término. Nada hay en él que permita diferenciar entre un hardware y un software. En 1943, Warren McCulloch y Walter Pitts establecieron las bases teóricas para considerar los circuitos de neuronas como circuitos lógicos capaces de calcular a partir de la activación o inhibición de sus componentes formales, sin entrar en las minucias de los procesos neuroquímicos de las sinapsis, y así iniciaron una nueva disciplina computacional que hoy ha alcanzado un enorme desarrollo. No obstante, tampoco estas “redes neuronales” imitan la actividad de las neuronas reales.
Nadie duda, por otra parte, que el cerebro es el sistema más complejo del universo, con sus millones de millones de neuronas y sinapsis. Pero al mismo tiempo todo parece confirmarnos que el cerebro es una pésima máquina para calcular, lenta e imprecisa, hasta para los cálculos más sencillos. Intentemos simplemente multiplicar los diez primeros números mentalmente: 1x2x3x4x5x6x7x8x9. Veremos cuánto nos cuesta hacerlo y cuánto tardamos, en comparación con una pequeña calculadora. Sin embargo, la especie humana ha demostrado que su cerebro puede crear máquinas que lo superen en poder y velocidad de cálculo, algo que revela su prodigiosa capacidad cognitiva.
La dificultad que experimentamos en la escuela elemental para adquirir conocimientos sólidos de matemáticas nos lleva a pensar que nuestro cerebro ha llegado a crear esta ciencia exacta sorteando toda suerte de obstáculos propios de su organización. Estamos apenas en el comienzo de esta apasionante búsqueda que comenzaron los psicólogos de la inteligencia en el siglo XIX, y que ahora toma un nuevo vuelo, gracias a nuestros conocimientos del cerebro humano.
Las matemáticas son una de las joyas más sublimes de la cultura humana y, como tal, han sido uno de los ejes de la educación en todos los tiempos. El conocimiento matemático ha crecido de tal forma que incluso los especialistas tienen dificultades en seguir los avances cotidianos de sus disciplinas. Se ha dicho que algunos teoremas recientes sólo pueden ser evaluados por un reducido puñado de expertos. Frente a este crecimiento inexorable de los conocimientos, ¿cuál es el papel de un profesor de matemáticas en la escuela del siglo XXI? El tema está en el centro del debate, en las más diversas culturas del mundo actual.

 

“Hablar música”

Existe toda una ciencia de los prodigios matemáticos, que comenzó en forma sistemática con los estudios clásicos de Alfred Binet en 1894. Muchos de estos prodigios fueron personas de modestos recursos cognitivos, incluso a algunos se los denominó cruelmente “idiotas sabios”, porque lo único que sabían hacer bien era calcular y jamás llegarían a convertirse en buenos matemáticos. A la inversa, pocos son los matemáticos de valor que han sido grandes calculadores. Una excepción notable fue el eximio Ramanujan, el joven indio que deslumbró a los matemáticos ingleses de su tiempo por su genio matemático y capacidad como calculista. Lamentablemente, no se disponía entonces de recursos de imaginería cerebral para realizar algunas observaciones, que podrían haber ilustrado sobre los mecanismos neuronales en acción en un matemático creativo y un calculador excepcional a la vez.
Pero en la actualidad se ha logrado identificar algunos de los procesos cerebrales que caracterizan a calculistas prodigios. Estudios recientes revelaron que el cerebro de un calculista talentoso se diferencia de otros que no lo son porque para un mismo cálculo utiliza circuitos corticales alternativos, predominando en ellos las zonas frontales del lenguaje más que aquellas parietales ligadas al procesamiento numérico. Es como si “hablaran” en números. Algo semejante sucede con los músicos profesionales creativos, donde la corteza lingüística toma un papel relevante, a diferencia de los aficionados, que activan más la corteza auditiva. Los verdaderos músicos “hablan música”, aun si son sordos como Beethoven.

 

El nene bilingüe

Una capacidad mental de enorme importancia social y cultural es poder hablar, leer y escribir en al menos dos lenguas. Entre las maravillas de la naturaleza humana se encuentra poder transferir la palabra hablada o escrita de un idioma a otro, sin perder el sentido y, a veces, incluso, sin perder su poesía. Como decía Goethe, “quien sólo conoce su lengua, poco conoce su propia lengua”. Nadie ignora que gran parte de la cultura literaria se basa en traducciones. Hoy el comercio, la industria y los congresos internacionales hacen imprescindible el conocimiento de diversas lenguas; por ello, una de las profesiones más requeridas en la actualidad es la de traductor. Por otro lado, una sociedad cada vez más globalizada exigirá mayores habilidades lingüísticas. El impacto de los crecientes movimientos migratorios y la integración de las nuevas culturas en sociedades cada vez más plurales se han convertido en un enorme desafío para la educación. Mantener o no la lengua familiar en una cultura extraña es una cuestión central, y para muchos inmigrantes se trata de una decisión que trasciende las necesidades prácticas del día a día y se adentra en el valor espiritual y hasta religioso de la lengua. Por eso, la enseñanza de las lenguas juega un papel creciente como nunca se ha visto en la historia de la educación. Y aquí la neuroeducación tiene mucho que aportar.
Después de años de debate, muchos países han decidido implantar la enseñanza de una segunda lengua (L2) como asignatura obligatoria en las escuelas. Las razones son múltiples, y no siempre favorecen una implementación acorde con los conocimientos científicos más fundados. Muchas decisiones erróneas en este debate, vital para las familias bilingües, se basan en una concepción equivocada sobre el hecho de adquirir la primera lengua (L1) en los niños, de manera que se han generado nuevos “neuromitos”, sin base científica alguna. De aquí la importancia que cobran los estudios neurocognitivos recientes, para aclarar los equívocos y ayudar a proponer políticas educativas y métodos didácticos apropiados. Por ejemplo, muchos creen que las lenguas interfieren entre sí, es decir, que L2 perturba la adquisición de L1 y, por consiguiente, es mejor comenzar a aprender L2 cuando L1 ya está consolidada. Por eso, en general, la enseñanza de una segunda lengua es tardía y se imparte sólo a partir de la escuela secundaria, cuando los primeros años de escolaridad son los más aptos para adquirir sin inconvenientes no sólo dos, sino varias lenguas simultáneamente. Las escuelas que en verdad pretendan impartir una educación bilingüe deben comenzar a hacerlo desde el jardín de infantes.
Otro error es pensar que el bilingüismo puede incidir de forma negativa en el desarrollo cognitivo del alumno, mientras que los estudios demuestran que, por el contrario, el desempeño escolar mejora en los niños bilingües. También existe la creencia errónea de que una segunda lengua aprendida precozmente puede generar trastornos de tipo disléxico. Los estudios no avalan esta idea, más bien prueban que la fluidez de la lectura se acrecienta de manera significativa en un individuo bilingüe.



* Director del International Institute of Mind, Brain and Education; Ettore Majorana Centre for Scientific Culture; presidente del International Mind, Brain and Education Society (Imbes); jefe de Educación de One Laptop per Child (Cambridge, MA); Pontificia Academia de Ciencias; Academia Nacional de Educación (Argentina). Texto extractado del artículo “Neuroeducación: el cerebro en la escuela”, incluido en La pizarra de Babel. Puentes entre neurociencia, psicología y educación, por Sebastián Lipina y Mariano Sigman (editores), de reciente aparición (Libros del Zorzal).

jueves, 30 de junio de 2011